A simple vista, la luna es mucho más pequeña que el sol. De hecho, el sol es 400 veces más grande… pero también está unas 400 veces más lejos.
Por eso, cuando se alinean en un eclipse, la luna logra taparlo por completo.
El sol, todopoderoso, queda cubierto por un disco oscuro que no brilla por sí mismo, pero que tiene el poder de ocultar su luz.
Esto es exactamente lo que ocurre tantas veces en consulta: la personalidad, con sus miedos, sus defensas, sus historias aprendidas, logra eclipsar el alma.
Y esta metáfora del sol y la luna es la que utilizo para explicarlo.
Y aunque el alma siga allí, como el sol detrás de la luna, su luz no llega. No se ve. No se siente. El paciente dice: «No sé quién soy», «la vida pasa y estoy perdido».
Pero el alma no ha desaparecido. Solo está cubierta y hay que trabajar en ella.
Como terapeuta, no puedo forzar a que la luna se mueva.
Pero sí puedo acompañar hasta que el movimiento ocurra.
A veces es un pequeño desajuste en la alineación: una emoción sentida, una imagen, un recuerdo, una cicatriz, una lágrima. Y entonces ocurre: la luz vuelve.
Y ahí está el alma. Siempre estuvo. Como el sol, ardiendo en su centro, esperando que se despeje el camino.
No me puede gustar más este trabajo de descubrir tu alma.
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